En la actualidad vivimos más años que hace tan solo varias décadas, sobre todo en los países desarrollados. Esto es la consecuencia de que disfrutamos de importantes adelantos sanitarios, mejores condiciones higiénicas y en general se dispone de  un nivel de vida a nivel económico y cultural muy superior al que disfrutaron nuestros antepasados más inmediatos.Nuevas formas de vida.

La esperanza de vida al nacer ha pasado de unos 40  años a principios del siglo pasado (XX) a 81 en la actualidad. Siempre ha habido centenarios, pero en el pasado eran muy pocos en relación con los de ahora. Sin embargo, muchas de las personas que llegan a la vejez lo hacen con una calidad de vida que no siempre es buena a pesar del enorme apoyo y capacidad curativa  de nuestros sistemas sanitarios modernos.

Podemos decir que nuestra longevidad se alargará pero  no estará libre de   enfermedades  e incluso cabe el peligro de que se reduzca en el futuro. Esto se debe a que se están desarrollando  nuevos hábitos que pueden ser perjudiciales para el sistema inmune al no ajustarse a  los  requerimientos de nuestro cuerpo ni a los condicionantes evolutivos de la especie humana hasta el punto de que la ciencia y  la medicina de nuestro siglo no puedan remediar.

 

 De entre los “azotes” arriba indicados, analizaremos el principal de ellos: el sedentarismo de nuestra sociedad. Esto tiene graves consecuencias para las personas porque nuestra base genética se basa en el ejercicio y trabajo para mantener la vida. La expansión industrial y el desarrollo tecnológico en los últimos siglos, han hecho que el ejercicio físico se haya reducido drásticamente en las diversas ocupaciones y actividades laborales más usuales. Como consecuencia la salud y el sistema inmune de las personas se encuentran muy deteriorados, debido al abandono de las tareas y trabajos que tradicionalmente requerirían esfuerzo físico.

   Pensemos por ejemplo en la caza y la agricultura del homo sapiens de Atapuerca. Esto sólo puede traer consecuencias nefastas para la salud y para las defensas en particular. Esta falta de ejercicio es la causa de un daño que impacta  en el sistema inmune dificultando su función defensiva frente a infecciones, tumores e incluso de forma indirecta en otras muchas enfermedades que tiene de común procesos inflamatorios. 

Es pues necesario compensar el sedentarismo con ejercicio para evitar los males de la inactividad física[1].  Precisamente esto es lo que justifica esta asignatura puesto que aunque está demostrado que el  ejercicio físico conduce a un fortalecimiento de la salud y del sistema inmune, debemos de conocer qué tipos de ejercicio son más adecuados en cada una de las edades, cómo actúan sobre los diferentes componentes de nuestras defensas, etc. Por ello consideramos que esta asignatura es de extraordinario interés para todos  y muy especialmente para aquellos que están  relacionados con  las áreas Médicas, Fisioterapia  o del  Deportes.

 

Antes de seguir, veamos lo que ocurre cuando no se realiza actividad física por las personas con hábitos sedentarios sedentarias,  desgraciadamente cada vez más numerosas.

 

 Está comprobado que el sedentarismo se relaciona estrechamente con la mayoría de las causas de mortalidad, morbilidad y discapacidad que sufre la humanidad. El sedentarismo es considerado como el segundo factor de riesgo más importante de una mala salud, después del tabaquismo.

 

 El sedentarismo duplica el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo II, obesidad, cáncer, osteoporosis, infecciones, cáncer de mama y colon y así mismo, aumenta la posibilidad de sufrir incluso enfermedades de tipo autoinmune y degenerativo, como es el Parkinson.  

 Sedentarismo  y fracaso inmune

 

Es llamativo como la mayoría de estas enfermedades están asociadas a un defecto funcional del sistema inmune. Así  las muertes asociadas a infecciones se deben a un fracaso del sistema inmunológico, al no realizar adecuadamente su función de vigilancia y en las enfermedades autoinmunes a una seria distorsión del trabajo que  debe de realizar de reconocimiento de lo propio.

 

A estas alteraciones hemos de unir también las enfermedades degenerativas en cuya etiología subyacen problemas inmunes de base infl